Entre los años 60, el conspicuo incremento de la
producción industrial consiente una notable seguridad y fe en el progreso, el
mercado está saturado de mercaderías, bien confeccionadas y a buen precio,
también con formas convencionales muchas veces de mal gusto. Esta situación
resulta particularmente evidente en los Estados Unidos, donde los artistas se
ubican en un modo crítico e irónico de frente a los objetos de consumo de masa,
a las marcas de cualidad, a las imágenes símbolo.
Estos productos hechos para un pueblo de consumidores,
inspiran a un arte dicha popular o arte pop.
El contenido de las obras está formado de banales objetos
comerciales y por lo tano viene consumido velozmente como el producto mismo.
Andy Warhol, por ejemplo manifiesta explícitamente la
ausencia de valores y de humanidad propia en el mundo consumista. En su obra Marilin
Monroe. La expresión sonriente, esteroetipada, sonriente, sensual de la diva no
refleja la realidad de una mujer viva, pero si la imagen que el público se ha
hecho de Marilyn, es su expresión de obligación a reírse (sin ganas) como si
fuese la marca de la calidad de un producto, o sea “la juventud eterna, belleza
felicidad”.
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